Por: Darío H. Schueri – Desde Santa Fe
Indudablemente Javier Milei llegó a la República Argentina para constituirse en El ser disruptivo de la política del Siglo XXI; casi distópico diríamos, observado desde la ontología cultural del país. Generó amores y odios durante la campaña, cautivó casi al borde del hipnotismo a los jóvenes, que convencieron a sus mayores de votarlo “por el futuro”, pero que a su vez les contagió esperanza a esos “mayores” ya incrédulos y escépticos después de todo lo vivido a lo largo de sus vidas. Milei Prometió ajuste y sacrificio. Y fue el candidato más votado desde el regreso de la democracia.
En el 2001 la gente vociferaba “que se vayan todos” y no se fue nadie, más bien se reciclaron. 20 años más tarde aparecería el personaje que iba a encarnar aquella consigna – grito popular; en térmicos teológicos diríamos que iba a cumplir con la profecía: Javier Milei, recorriendo los canales de televisión para debatir a grito pelado sobre economía. Era un “loco” despeinado, mal hablado, irascible, irrespetuoso y con aires de una superioridad intelectual soberbia, insoportable y autoritaria, que todos los manuales de la política suelen calificar genéricamente de fascista o su síncopa coloquial “facho”.
Milei armó un Partido político (como alguna vez sugirió Cristina Fernández) con el que primero fue diputado nacional y dos años más tarde candidato a Presidente de la Nación. Y arrasó.
Además de los jóvenes y sus ansias de “libertad” gestado en “la cuarentena más larga del mundo”, el libertario Milei fue visto además por el resto de una sociedad asqueada con las trapisondas del gobierno y ”la clase política” como el rebelde provocador del cambio visceral que Argentina necesitaba; “lo voto a Milei y que se pudra todo de una vez”, solíamos escuchar a los vecinos en la cola del almacén del barrio, el boliche de la esquina ó la reunión familiar dominical.
Por lo visto, esa consiga revolucionaria “que se pudra todo” vino a corporizar aquel “que se vayan todos” de hace 22 años atrás. La gente la vio; los políticos, politólogos, periodistas y demás estudiosos en la materia no.
El brutal ajuste más anunciado de la historia que describió el Ministro de Economía Luis “Toto” Caputo, colocó a Milei en la tremenda disyuntiva de cumplir con la palabra empeñada: que el sacrificio lo pague la “casta”; ó sino terminar catastróficamente su mandato a poco de asumir, y a manos de los que lo votaron. Estremecía escuchar en una radio local a oyentes que contaban de qué manera iban a ajustar sus vidas; algunos suspendiendo las vacaciones, otros dejando de lado el gimnasio u otras actividades. Si Milei los defraudase no quisiéramos imaginar sus reacciones.
La “casta”
Ahora vienen las interpretaciones, la mayoría auto exculpatorias, de qué es y quiénes son “la casta”. La sociedad la tiene bien clara: todos los que obtuvieron beneficios a costa de la gente, sea desde el sector público como privado.
Acentuaríamos que “La casta” no es el otro. Somos nosotros cuando nos pasamos de vivos; son también los “planeros” que cobran sin dar ninguna retribución a cambio. No es sólo el político o funcionario público acomodaticio o corrupto, sino también aquel empresario que aprovechó las prebendas de un Estado “perversamente presente” (con la encomiable complicidad de la siniestra inflación) para sacar beneficios propios, o para el sector.