Daniel Lutzky: “Lo que va a hacer caer a Milei va a ser él mismo, no la oposición”

El politólogo Daniel Lutzky analiza el fenómeno mileísta a partir de la sensibilidad de sus votantes y el rol de la oposición. ¿Qué sostiene su hegemonía y qué puede provocar su caída? ¿Cuánto tiempo durará el hechizo del respaldo a Milei?

Ramiro Gamboa 27 febrero de 2025

Daniel Lutzky es politólogo. Lleva años observando los comportamientos de la sociedad argentina con una mezcla de lucidez, pasión y desconfianza ante las explicaciones demasiado simples. Su talento es leer las sensibilidades colectivas antes de que se conviertan en titulares de los diarios.

En 2022, vaticinó en un reportaje con Jorge Fontevecchia que estaba emergiendo un espacio por fuera de la grieta entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos y que Javier Milei tenía altas chances de ganar las elecciones presidenciales. A comienzos de 2024, en diálogo con El Economistaanticipó que “las personas van a dejar de creer cuando el modelo de Milei triunfe, la inflación baje, pase un tiempo, la situación se complique y la vida de la gente no mejore. Ahí se cae”.

Ahora, en 2025, en un nuevo encuentro, Lutzky vuelve a jugar con la bola de cristal: ¿cómo y cuándo se va a romper el hechizo con Milei?

El encuentro con El Economista tuvo lugar en el bar Mill, en Villa Crespo. Entre reflexiones sobre hegemonía cultural, desamor político y la repetición de los ciclos históricos, Lutzky describe cómo percibe la Argentina de hoy: “Para entender la cultura mileísta, hay que comprender lo que sienten sus votantes”. Y agrega: “El núcleo mileísta es muy activo y muchas veces agresivo, pero no representa la totalidad del voto a Milei”.

Lutzky sostiene que Milei “dice una cosa, dice otra. Todo depende de cómo la gente lo perciba. Si lo dice con autenticidad, aunque se equivoque mil veces, sigue generando adhesión”. Aunque advierte que, en Argentina, “la caída comienza cuando parece que un líder lo tiene todo ganado”. Y si la oposición sigue fragmentada, “más fuerte será la caída de Milei después”. Es que, según él, “lo que en algún momento va a hacer caer a Milei va a ser él mismo, no la oposición”. La gente se volverá en su contra “cuando perciba que quiere convertirse en una especie de monarca”.

Este es el Lutzky de 2025: un analista que no endulza la realidad ni la reduce a moralejas, alguien que sigue apostando a la capacidad de observación como herramienta de resistencia intelectual.

Daniel Lutzky, politólogo: “Lo que en algún momento va a hacer caer a Milei va a ser él mismo, no la oposición”.

¿Cómo influyen las emociones y la sensibilidad en la consolidación del mileísmo como fenómeno político?

—Hay un tema que yo llamaría hegemonía cultural en la Argentina. Hegemonía cultural es cuando un movimiento, un presidente logra articular en gran parte de la sociedad algunas ideas centrales. Y dentro de esa hegemonía cultural estaría lo que yo llamo la estructuración de las creencias.

Una creencia tiene muchas partes, necesariamente plantea un camino para salir de una situación negativa. La base de la creencia es el malestar con algo, y la salida a ese malestar que propone la creencia es lo que da sentido a esa estructura. Posibilita que las cosas que estaban partidas, fragmentadas, rotas, se unifiquen en una cierta dirección. Eso es una creencia.

Y es esencialmente afectiva, sensible. Solo puede ser evaluada, igual que las culturas políticas, en términos de sensibilidad. Para entender la cultura mileísta, por ejemplo, hay que comprender lo que sienten los votantes de Milei. 

—¿Qué sienten?

—Sienten que Milei los entendió en la necesidad de algo nuevo. De crear un mundo distinto al del pasado que los tenía bastante agobiados.

Y no es solo una cuestión de inflación. Es el cansancio con aquello en lo que ya no creen, lo que dejaron atrás. Llámese sistema político, kirchnerismo o macrismo.

Es una ruptura con ese mundo, porque dejar de creer genera angustia. A eso se suma la crisis económica y los problemas de la inflación, lo que carga aún más de angustia la situación. 

La creencia viene a aliviar la angustia. Por eso, en términos afectivos, toda creencia siempre es positiva para quien cree, sin importar cuál sea:  Creer en Dios, en la democracia, en el stalinismo, en el nazismo, cualquier creencia le da algo al que la sostiene. Le resuelve un problema interno, le permite sentirse mejor, más unificado consigo mismo, con su entorno, con la historia, con el futuro.

Analysis | Argentina's president-elect Javier Milei and Donald Trump: how  alike are they? | South China Morning Post
“Milei entendió a quienes buscan romper con un pasado en el que ya no creen”, explica Lutzky. 

—¿Hasta qué punto el cinismo en política erosiona la credibilidad y la idea de construir un futuro mejor?

—Ser cínico es decir cosas en las que uno mismo no cree. Hay una ruptura entre lo que el político realmente cree y lo que dice o transmite. En francés hay una expresión, langue de bois, lengua de madera. Es ese discurso que no impacta, que no tiene afectividad, que no engancha ni hace eco con lo que la gente siente y piensa. De alguna manera, Milei propuso romper con eso.

Y, en ese sentido, construir algo en lo que se pueda creer. Y se puede creer, incluso cuando Milei haga cosas con las que la gente no esté de acuerdo. Las creencias no son racionales ni responden a cuestiones estrictamente objetivas.

Milei dice una cosa, dice otra. Todo depende de cómo la gente lo perciba. Si lo dice de manera auténtica, incluso si se equivoca mil veces, pero lo hace con autenticidad, sigue generando adhesión.

Lo auténtico sería lo contrario del langue de bois, de la lengua de madera. Puede decir cosas equivocadas, cosas en las que alguien no cree aunque lo haya votado, pero si lo dice con sinceridad, con autenticidad, sigue funcionando. Es más, puede que la gente termine creyendo más en él, incluso cuando no comparten lo que dice, porque lo dice de manera auténtica.

Un discurso se percibe como creíble cuando realmente parece reflejar lo que la persona piensa, y no cuando dice una cosa y piensa otra. 

El mundo está fragmentado entre lo que se dice y lo que se hace. Cuando una hegemonía cultural se sostiene en el tiempo, ese discurso se vuelve creíble. Un discurso que, como cualquier religión, plantea un camino a recorrer, un objetivo a alcanzar, aliados que acompañan ese camino y enemigos que se oponen.

Todos esos elementos forman parte de cualquier relato que busca crecer. Y el de Milei, hoy, está funcionando.

—Históricamente, ¿cuánto tiempo logran sostenerse las hegemonías culturales en Argentina antes de empezar a desgastarse?

—La hegemonía del alfonsinismo duró cuatro años, desde su inicio hasta 1987, cuando empezó a perder fuerza en lo emocional y en la construcción de imágenes. En 1987, con la derrota en las elecciones parlamentarias, quedó claro que algo no andaba bien.

La de Menem duró seis años, desde 1989 hasta 1995, cuando ganó su segunda presidencia. Después, en 1997, empezó a perder elecciones y ahí se evidenció que su relato, su hegemonía cultural, se había agotado. La del kirchnerismo duró ocho años. De la Rúa, naturalmente, no tuvo ninguna hegemonía.

Nadie se identificó como “delarruista”, y lo mismo pasa con Alberto Fernández. Nadie dice “yo soy albertista”. Pero el kirchnerismo sí construyó una hegemonía que se sostuvo desde 2003. Llegó con un 22% y desde el poder consolidó esa hegemonía cultural hasta 2011, cuando Cristina ganó con el 54%. Después de eso, empezó a notarse el declive.

Algo interesante es que en los tres casos que analizamos—y lo mismo pasa con Macri—la caída comienza en un momento donde parece que lo tienen todo ganadoMenem, en 1995, gana su segunda presidencia con el 50% de los votos, y después empieza a caer. Cristina, en 2011, con el 54%, y después su hegemonía empieza a debilitarse.

Todas las oposiciones a esos momentos de hegemonía eran oposiciones muy fragmentadas. Una característica del período previo al declive de una hegemonía cultural y política es la dispersión de la oposición. En 2011 no había una oposición clara, en 1995 tampoco.

El caso del macrismo es interesante. Su hegemonía cultural duró desde 2015 hasta 2021. En 2021, Juntos por el Cambio sacó el 40% de los votos, todavía conservaba su peso. Se daba por hecho que Larreta iba a sostener esa hegemonía cultural. En ese momento, el kirchnerismo sacó algo así como el 20%, y no había una oposición fuerte al macrismo, que parecía consolidada.

Poco después, Milei termina destruyendo a su principal adversario, que no fue Massa, sino el PRO. Contrariamente a lo que se suele creer, Milei le ganó a Massa, pero para convertirse en el núcleo de una nueva hegemonía cultural tuvo que desbancar al PRO.

Y lo desarmó completamente. Hoy, ninguna de las dos grandes líneas del PRO sigue dentro del partido. Patricia Bullrich se convirtió en la referente de la alianza con Milei. Horacio Rodríguez Larreta va a jugar de forma independiente.

Todos los espacios políticos tradicionales están en un momento de fragmentación y crisis. Por eso, 2025 va a ser un momento clave. Milei va a hacer una buena elección y la oposición va a seguir dispersa. Estamos en un momento de fragmentación. Hay que entender eso.

—¿Cuánto va a durar la hegemonía cultural de Milei?

—Si miramos antecedentes, el kirchnerismo duró ocho años, el macrismo, seis, Menem, seis y Alfonsín, cuatro. Pero esa respuesta todavía no está cerrada, porque es un proceso que construye la gente. Es un fenómeno colectivo que se va formando con el tiempo.

Tiene que ver, sobre todo, con cómo las personas lo sienten, en especial quienes van cambiando de opinión o de voto. Hoy, más que nunca, hay un porcentaje importante de personas que cambian. También existen núcleos duros, intensos, ruidosos. El núcleo mileísta es muy activo, sobre todo en redes sociales, y muchas veces agresivo, pero no representa la totalidad del voto a Milei. Puede ser 25%, pero no el 56% que lo votó.

El resto es un electorado más volátil, en gran parte de clase media, que busca distintos horizontes según lo que siente y lo que deja de sentir. Son esas personas las que terminan definiendo.

El núcleo mileísta es muy activo, sobre todo en redes sociales, y muchas veces agresivo, pero no representa la totalidad del voto a Milei.

—¿En qué medida la falta de una oposición clara fortalece o debilita a Milei?

Cuanto más fragmentada esté la oposición, más fuerte va a ser la caída de Milei después. Es lo contrario de lo que se suele pensar. Hoy, periodistas, el círculo rojo, editorialistas repiten que “se tienen que juntar todos”. Para mí, es al revés. Lo que más debilita al gobierno es que no haya una oposición clara.

Si hubiera alguien que realmente se opusiera y lograra concentrar a toda la oposición, eso mantendría más alta la imagen de Milei y aumentaría sus posibilidades de mantenerse en el poder. Es exactamente lo contrario de lo que muchos creen.

—¿Qué pasa después de la fragmentación?

—La verdad es que la debacle de una hegemonía cultural no sucede antes, sino después. Siempre viene después de ganar una elección y de que, del otro lado, haya fragmentación. Y ahí es cuando va a empezar a aparecer la debacle de Milei: cuando parezca que lo domina todo. No antes, sino después de un triunfo considerable y en un contexto donde la oposición siga dividida. Ahí empieza su desgaste, porque hay algo del sentir de los argentinos que es clave para entender la dinámica política.

Los argentinos son profundamente democráticos. Desde Alfonsín, desde 1983, el mayor logro de Alfonsín fue instalar en el sentimiento colectivo un valor afectivo muy fuerte: la democracia. Más allá de su fracaso económico al final de su gobierno, dejó un legado democrático que se consolidó con el tiempo. Al punto de que, en el último estudio de opinión de Latinobarómetro, que mide las tendencias en toda América Latina, los argentinos resultaron ser los ciudadanos que más apoyan la democracia. En Argentina, la democracia es un valor muy arraigado: el 75% de la población la respalda.

Los argentinos son profundamente democráticos y, al mismo tiempo, antihegemónicos. Cuando perciben que alguien domina la escena de manera total, empiezan a volverse en contra. Por eso es tan difícil estabilizar el poder político en Argentina: hay un rechazo fuerte a cualquier intento de hegemonía. Es una de las razones por las que hubo tanto rechazo al kirchnerismo en determinado momento.

Cuando el kirchnerismo quiso volverse hegemónico, quiso imponer una forma de pensar, quiso definir los términos del debate político, chocó con ese rechazo natural. Hubo una sensación de que el Estado quería ubicarse como un actor dominante, con un discurso único, y eso generó una resistencia fuerte.

“El mayor logro de Alfonsín fue instalar en el sentimiento colectivo un valor afectivo muy fuerte: la democracia”, detalla Lutzky. 

—¿Con la moderación se puede construir una nueva hegemonía?

—Más que moderación, el próximo liderazgo va a tener que ser muy firme en el respeto a las leyes, en el respeto a las normas, en no permitir ataques personales ni a la prensa. Más que un liderazgo moderado, va a ser necesario uno con una fuerza que hasta ahora los sectores moderados no tuvieron.

Pensaba en las elecciones en Francia, por ejemplo, cuando hubo riesgo de que gane la extrema derecha y se armó un cordón sanitario. Aunque ese frente lo encabezó Macron, que no era precisamente de izquierda, logró impedir que la extrema derecha se quedara con la Asamblea. Otro caso son las elecciones recientes en Alemania, donde ganó una derecha republicana que incluso criticó fuertemente a Milei y dejó en claro que jamás haría una alianza con la AfD.

Algo de eso es necesario. Lo mismo pasó con Lula en Brasil: para ganarle a Bolsonaro, en la última elección construyó una serie de alianzas, incluso con figuras que habían estado muy enfrentadas a él en el pasado.

Se necesita otra cultura política, otro sistema que sea más equilibrado, más estable. No lo llamaría moderado, porque va a tener que tener fuerza, va a necesitar potencia. Pero sí va a ser un liderazgo que garantice previsibilidad, que respete las leyes y las haga respetar.

—¿Qué va a llevar a la caída en la imagen de Milei?

—Hay un problema con el rol de la oposición y con los factores que pueden afectar la imagen de Milei. No creo que la oposición vaya a ser la responsable de su caída.

Es fundamental que exista una oposición, que haya sectores que enfrenten al gobierno nacional y que denuncien lo que está haciendo con el Congreso, con su intento de avasallar la Corte Suprema de manera autoritaria, absurda y fuera de las reglas de la Constitución.

Pero, en mi opinión, lo que en algún momento va a hacer caer a Milei, o al menos a su imagen, va a ser él mismo.

La oposición tiene que construir una alternativa de cara al futuro. Pero la gente no va a elegir esa alternativa simplemente porque exista; va a elegirla cuando se canse de Milei.

El problema con algunas expresiones de la oposición, incluso aquellas que fueron muy fuertes—como la marcha universitaria y otras movilizaciones que tuvieron un gran respaldo, incluso de votantes de Milei—es que, cuando evocan discursos o imágenes del pasado, pierden impacto. Si el mensaje suena demasiado cercano al kirchnerismo o incluso al macrismo de otra época, pierde potencia y le hace menos daño a Milei.

—Milei se sostiene en gran parte por el rechazo al pasado. ¿Hasta qué punto eso le sirve y cuándo puede empezar a agotarse?

—Lo que sostiene a Milei es el pasado, efectivamente: no volver atrás. Y el problema no es que no haya alternativas.

Aunque haya una alternativa, primero la imagen de Milei tiene que caer, porque, si no, no va a existir ninguna alternativa real. Para que eso ocurra, tiene que darse una serie de factores que dependen más de él y de su relación con la gente que de la aparición de una figura iluminada que diga algo y genere, por sí sola, un rechazo masivo.

La gente no va a estar en contra de Milei porque alguien lo critique, sino por un proceso interno de la misma opinión pública. Ese proceso se va a ir gestando en la medida en que se perciba que Milei quiere convertirse en una especie de monarca, que esa idea se instale en la sociedad, que se haga evidente y que la gente no esté de acuerdo. Ahí las cosas van a empezar a cambiar. Va a ser un proceso inevitable.

Lo que sostiene a Milei es el pasado, efectivamente: no volver atrás. 

¿Qué señales pueden marcar el desgaste del apoyo a Milei?

—La gente no vota a un presidente para que haga lo que él cree correcto, sino para que haga lo que ellos creen que hay que hacer. ¿Y qué pasa con eso? Empiezan a aparecer ciertas decisiones y declaraciones de Milei que no coinciden con las razones por las que la gente lo votóY eso se nota más que nunca.

Por ejemplo, la gente no pedía que le sacaran plata a las universidades ni que se redujera el presupuesto de los jubilados. Tampoco que se agravara la situación económica de los sectores más vulnerables ni que se atacara constantemente a todos los que piensan distinto. La gente quería otras cosas: que reforme el Estado, que elimine los ñoquis, que recorte el gasto político, pero no que el ajuste recaiga sobre los jubilados, la educación o las tarifas.

Muchos de los que votaron a Milei lo hicieron con esa expectativa. Y a medida que su gobierno se va asentando y concentrando más poder, esas diferencias empiezan a volverse más evidentes.

El principal enemigo de Milei es Milei mismo. Porque cuanto más desarrolle su programa, más gente va a decir: “Esto no es por lo que lo voté. A mí me gusta la idea del equilibrio fiscal, me parece bien que el país viva con lo suyo, pero no quiero que eso lo paguen los jubilados, la educación o los servicios públicos”.

Y la acumulación de esas contradicciones va a hacer que, tarde o temprano, la gente empiece a percibir que esa sensación inicial de novedad y cambio, esa idea de romper con todo lo anterior para construir algo distinto, no se está cumpliendo. 

—¿Creés que el escándalo de las criptomonedas puede afectar su narrativa de lucha contra la casta?

—A los que lo apoyan no les gustó nada, pero siguen respaldándolo. Las cosas se acumulan. El cambio en la percepción de un gobierno no suele darse por un solo hecho, sino por una cadena de acontecimientos a lo largo del tiempo. Como decíamos antes, tiene mucho que ver con el amor. La acumulación es clave. Es fundamental observar los procesos en el tiempo y no como hechos aislados.

—Cuando la gente deje de creer en Milei, ¿qué viene después?

—Vuelve la angustia. Y vamos a atravesar un tiempo de incertidumbre que no va a poder ser llenado automáticamente por una alternativa o por un líder, pero que, tarde o temprano, va a desembocar en alguna salida.

El principal enemigo de Milei es Milei mismo.

—¿La pérdida de confianza en un líder político funciona de manera similar a la decepción en una relación amorosa?

—Claro, muchas veces en una relación se le da tiempo al otro. Se piensa: “Me la banco porque me gusta, porque la quiero. No quiero soltar.”

Durante un tiempo, ese “me la banco porque la quiero” va a funcionar. Pero no va a ser eterno. En algún momento se dice: “Bueno, esto ya no me gusta más.”

No produce más la sensación que generaba al principio. En términos de una pareja; posiblemente eso se exprese de alguna manera, ya sea en una votación, en una encuesta, en algún indicador. Y cuando eso empiece a manifestarse, ahí va a arrancar un momento tumultuoso.

—¿Qué lleva al agotamiento?

—Lo que provoca el agotamiento es el tiempo, la permanencia en el tiempo de algo que no gusta. Porque se puede tolerar un tiempo algo que no nos gusta. Pero cuando eso se mantiene durante dos, tres, cuatro años, empieza a aparecer la sensación de que quizás se puede elegir otro destino. 

Pero no antes de que se produzca esa especie de alquimia interna en las sensaciones. Es el tiempo, porque una pareja no se rompe de un día para el otro.

—¿Milei puede llegar fortalecido a 2027 o su hegemonía se va a desgastar antes?

—Quizás le pueda ir bien en 2027, es una incógnita. Yo creo que le va a ir bien en 2025. En 2027 todavía no está definido. Puede pasar que le vaya bien. No es imposible.

—Milei apunta constantemente contra figuras como Lousteau y Pullaro. ¿Es una estrategia para frenar el crecimiento del extremo centro como alternativa? 

—Efectivamente, es un poco la mentalidad del fascista. El fascista a veces puede respetar al guerrillero que se le opone, pero no respeta al democrático de centro, al que considera tibio. Esa es la mentalidad del fascista.

—¿Cuál es el mayor enemigo del fascista?

El tibio. Argentina tiene un componente no autoritario muy fuerte en la sociedad, una mayoría que no quiere violencia. Sobre todo después de la recuperación de la democracia. Ese fue el legado del alfonsinismo: logró instalar en el sentimiento colectivo el amor por la democracia y el rechazo a la violencia. Y eso está muy arraigado en la gente. Contra eso no va a poder. 

Por eso, a veces, hay que entender que el voto a Milei y el apoyo a Milei no significan que la gente avale todo lo que él dice. No es que el 56% cree que la homosexualidad está ligada a la pedofilia. No, claro que no.

El tema de la homosexualidad y las diferencias de género es algo que la sociedad argentina ya incorporó. El respeto por la diversidad está muy instalado y no creo que eso retroceda.

Sí puede haber retrocesos en el Estado, porque quienes hoy dominan el Estado representan ese 25% más intenso de Milei, pero eso no es el 56% del electorado.

Y la Ciudad de Buenos Aires, en particular, es bastante progresista en ese sentido. Hay un progresismo fuerte en la Ciudad.

—Las encuestas ubican a La Libertad Avanza primera o segunda en la Ciudad. ¿Cómo se explica ese nivel de apoyo en un distrito históricamente progresista?

—No se va a saber con certeza hasta el 18 de mayo. Si sale primera, va a obtener alrededor de 25 a 28 puntos, que tampoco es tanto. Hay otro 70% que no piensa lo mismo.

Lo que pasa es que es una época de fragmentación. La oposición está muy dividida, y eso no necesariamente es algo negativo. Es parte inevitable del proceso.

—¿Esta fragmentación puede terminar beneficiando a Leandro Santoro?

En la Ciudad, el peronismo rara vez superó el 24%. La fragmentación podría beneficiarlo, pero no creo que eso pase en la elección a senador, por ejemplo. Ahí, el que salga segundo se lleva la banca. Porque la elección a senador va a ser después de la elección en la Ciudad. Primero, en mayo, va a haber una elección de legisladores porteños, centrada en la Ciudad. Y después, una elección nacional donde se van a jugar las cartas de otra manera. Son dos elecciones muy distintas.

—En abril hay primarias en Santa Fe. ¿Qué se juega en esa elección y qué puede marcar de cara a lo que viene?

—Van a ser interesantes. Ese test va a ser clave, porque ahí vamos a ver cuánto saca Maximiliano Pullaro y cuánto saca La Libertad Avanza.

—¿Puede ganar Pullaro?

—Sí, puede ganar. Yo creo que va a ganar. Pullaro está muy bien. Además, la alianza que logró es amplia y supo mantenerla. Hay muchos partidos: radicalismo, socialismo, el PRO.

Asimismo, Pullaro ha logrado romper con varios estereotipos. Desde invitar a Santoro, abrazarlo como si fueran amigos y aparecer con él, hasta incluir al PRO y sentarse con dirigentes de distintos espacios, incluso elogiar a Patricia Bullrich. Ha roto con varios estereotipos.

Todo eso hace de Pullaro un personaje interesante. Por lo nuevo, por lo distinto, por su perfil de trabajador y por la alianza que logró, que es bastante particular. Según cómo salgan las elecciones, se verá si tiene margen para impulsar la reelección del gobernador.

Pullaro, además, tiene una imagen muy alta. De todos los gobernadores argentinos, a veces aparece primero en los rankings de imagen.

A su vez, fue ministro de Seguridad del socialismo. Es decir, siendo radical, ocupó el Ministerio de Seguridad en el gobierno socialista de Lifschitz. Todo eso lo convierte en un personaje interesante.

“Pullaro construyó una alianza diversa y se posiciona como un dirigente con alta imagen en la provincia”, sostiene Daniel Lutzky. 

—¿Qué impacto pueden tener los resultados de las elecciones provinciales en el escenario nacional? 

—Lo nacional va a estar determinado por otros procesos, otros tiempos, otros momentos. Y hay algo que pocos políticos, periodistas y medios de comunicación entienden: es un proceso que depende de la gente.

No depende de que un medio de comunicación o un político diga tal o cual cosa, haga tal o cual movimiento. Depende de la gente misma. De cómo va pensando, evolucionando, cambiando. De cómo toma datos de la realidad y los digiere a su manera. Eso que llamamos cultura o hegemonía cultural depende de cómo las personas vayan procesando las cosas.

El poder, en el fondo, lo tiene la gente. Y esa evolución, por más que el Gordo Dan en Twitter publique cosas, no va a depender de él. Ni de Clarín, ni de La Nación, ni de nadie. Sino de esa evolución absolutamente propia.

—Mencionaste que Argentina vive en un loop temporal, repitiendo ciclos. ¿Ves algo en la actualidad que te haga pensar que podríamos salir de esa repetición?

—No creo que podamos salir de esa repetición. Soy pesimista al respecto. Para eso se necesitaría que Argentina crezca sostenidamente a nivel económico, y eso no parece estar ocurriendo.

Por distintas razones, ningún gobierno produjo un cambio estructural en el sistema productivo que le permita al país tener un crecimiento propio y salir de estos ciclos. En el fondo, son las crisis económicas las que motorizan este vaivén entre diferentes culturas políticas: la fase populista, la autoritaria o de reconstrucción de autoridad y la fase institucional. Esta etapa es claramente de autoritarismo.

—¿Milei, en su discurso, plantea una visión que está por fuera de la democracia?

—Sí. Pero creo que el sistema no le va a permitir salirse totalmente de los márgenes democráticos. No va a ocurrir. Algo similar pasa con Trump. Hay límites.

—Milei necesita tensión constante para sostener su liderazgo. ¿Qué pasa si esa tensión se disuelve? ¿Cómo reaccionaría su electorado si en algún momento no hubiera un enemigo claro contra el cual pelear?

—Leí hace poco una nota de un consultor norteamericano que le sugería a los demócratas que lo mejor que podían hacer frente a Trump era algo que en este momento parece difícil: hacer lo menos posible.

Y no lo decía en sentido negativo. Sostenía que lo importante era que se viera lo que hace Trump, que no se tapara con internas o peleas de la oposición, sino que quedara claro lo que hace, los efectos de sus acciones, y que la atención no estuviera puesta en las críticas o en lo que se dice sobre él, sino en lo que realmente ocurre.

Es necesario un período de serenidad por parte de la oposición, en el que la sociedad pueda observar lo que hace el gobierno, donde la atención se concentre en las consecuencias de sus decisiones y no en si alguien de la oposición le responde o no.

“Pullaro construyó una alianza diversa y se posiciona como un dirigente con alta imagen en la provincia”, sostiene Daniel Lutzky. 

—¿Qué impacto pueden tener los resultados de las elecciones provinciales en el escenario nacional? 

—Lo nacional va a estar determinado por otros procesos, otros tiempos, otros momentos. Y hay algo que pocos políticos, periodistas y medios de comunicación entienden: es un proceso que depende de la gente.

No depende de que un medio de comunicación o un político diga tal o cual cosa, haga tal o cual movimiento. Depende de la gente misma. De cómo va pensando, evolucionando, cambiando. De cómo toma datos de la realidad y los digiere a su manera. Eso que llamamos cultura o hegemonía cultural depende de cómo las personas vayan procesando las cosas.

El poder, en el fondo, lo tiene la gente. Y esa evolución, por más que el Gordo Dan en Twitter publique cosas, no va a depender de él. Ni de Clarín, ni de La Nación, ni de nadie. Sino de esa evolución absolutamente propia.

—Mencionaste que Argentina vive en un loop temporal, repitiendo ciclos. ¿Ves algo en la actualidad que te haga pensar que podríamos salir de esa repetición?

—No creo que podamos salir de esa repetición. Soy pesimista al respecto. Para eso se necesitaría que Argentina crezca sostenidamente a nivel económico, y eso no parece estar ocurriendo.

Por distintas razones, ningún gobierno produjo un cambio estructural en el sistema productivo que le permita al país tener un crecimiento propio y salir de estos ciclos. En el fondo, son las crisis económicas las que motorizan este vaivén entre diferentes culturas políticas: la fase populista, la autoritaria o de reconstrucción de autoridad y la fase institucional. Esta etapa es claramente de autoritarismo.

—¿Milei, en su discurso, plantea una visión que está por fuera de la democracia?

—Sí. Pero creo que el sistema no le va a permitir salirse totalmente de los márgenes democráticos. No va a ocurrir. Algo similar pasa con Trump. Hay límites.

—Milei necesita tensión constante para sostener su liderazgo. ¿Qué pasa si esa tensión se disuelve? ¿Cómo reaccionaría su electorado si en algún momento no hubiera un enemigo claro contra el cual pelear?

—Leí hace poco una nota de un consultor norteamericano que le sugería a los demócratas que lo mejor que podían hacer frente a Trump era algo que en este momento parece difícil: hacer lo menos posible.

Y no lo decía en sentido negativo. Sostenía que lo importante era que se viera lo que hace Trump, que no se tapara con internas o peleas de la oposición, sino que quedara claro lo que hace, los efectos de sus acciones, y que la atención no estuviera puesta en las críticas o en lo que se dice sobre él, sino en lo que realmente ocurre.

Es necesario un período de serenidad por parte de la oposición, en el que la sociedad pueda observar lo que hace el gobierno, donde la atención se concentre en las consecuencias de sus decisiones y no en si alguien de la oposición le responde o no.

“Pullaro construyó una alianza diversa y se posiciona como un dirigente con alta imagen en la provincia”, sostiene Daniel Lutzky. 

—¿Qué impacto pueden tener los resultados de las elecciones provinciales en el escenario nacional? 

—Lo nacional va a estar determinado por otros procesos, otros tiempos, otros momentos. Y hay algo que pocos políticos, periodistas y medios de comunicación entienden: es un proceso que depende de la gente.

No depende de que un medio de comunicación o un político diga tal o cual cosa, haga tal o cual movimiento. Depende de la gente misma. De cómo va pensando, evolucionando, cambiando. De cómo toma datos de la realidad y los digiere a su manera. Eso que llamamos cultura o hegemonía cultural depende de cómo las personas vayan procesando las cosas.

El poder, en el fondo, lo tiene la gente. Y esa evolución, por más que el Gordo Dan en Twitter publique cosas, no va a depender de él. Ni de Clarín, ni de La Nación, ni de nadie. Sino de esa evolución absolutamente propia.

—Mencionaste que Argentina vive en un loop temporal, repitiendo ciclos. ¿Ves algo en la actualidad que te haga pensar que podríamos salir de esa repetición?

—No creo que podamos salir de esa repetición. Soy pesimista al respecto. Para eso se necesitaría que Argentina crezca sostenidamente a nivel económico, y eso no parece estar ocurriendo.

Por distintas razones, ningún gobierno produjo un cambio estructural en el sistema productivo que le permita al país tener un crecimiento propio y salir de estos ciclos. En el fondo, son las crisis económicas las que motorizan este vaivén entre diferentes culturas políticas: la fase populista, la autoritaria o de reconstrucción de autoridad y la fase institucional. Esta etapa es claramente de autoritarismo.

—¿Milei, en su discurso, plantea una visión que está por fuera de la democracia?

—Sí. Pero creo que el sistema no le va a permitir salirse totalmente de los márgenes democráticos. No va a ocurrir. Algo similar pasa con Trump. Hay límites.

—Milei necesita tensión constante para sostener su liderazgo. ¿Qué pasa si esa tensión se disuelve? ¿Cómo reaccionaría su electorado si en algún momento no hubiera un enemigo claro contra el cual pelear?

—Leí hace poco una nota de un consultor norteamericano que le sugería a los demócratas que lo mejor que podían hacer frente a Trump era algo que en este momento parece difícil: hacer lo menos posible.

Y no lo decía en sentido negativo. Sostenía que lo importante era que se viera lo que hace Trump, que no se tapara con internas o peleas de la oposición, sino que quedara claro lo que hace, los efectos de sus acciones, y que la atención no estuviera puesta en las críticas o en lo que se dice sobre él, sino en lo que realmente ocurre.

Es necesario un período de serenidad por parte de la oposición, en el que la sociedad pueda observar lo que hace el gobierno, donde la atención se concentre en las consecuencias de sus decisiones y no en si alguien de la oposición le responde o no.

“Milei necesita tensión constante para sostener su liderazgo. Si la oposición deja de responderle, la atención va a centrarse en sus propias acciones y sus consecuencias”, asevera Lutzky. 

—¿Quién puede ocupar el lugar de alternativa a Milei?

—Todavía no están dadas las condiciones para que surja una alternativa a Milei. En este momento, nadie. No hay nadie que pueda recrear una creencia nueva, una cultura política que reemplace con éxito la de los libertarios. Pero en algún momento alguien va a aparecer.

Por ejemplo, el caso de Kicillof es interesante. Ahora plantea un movimiento que se llama “Derecho al futuro”. El problema es que el futuro no se construye solo con palabras. Así como la “nueva canción” de Kicillof nunca llegó a consolidarse, tampoco existe todavía un movimiento sólido que proyecte el futuro.

Para eso, primero tendría que haber una base real de clase media que esté buscando una alternativa. Cuando alguien no desea algo, es inútil intentar vendérselo. No importa qué le digas, la persona no está buscando otra cosa todavía. Cuando empiece a buscarla, va a ser otro momento. Ahí habrá que pensar distinto. 

—¿El poder hegemónico en Argentina siempre termina debilitándose?

—Fijate que Macri, después de ganar en 2017 con casi el 40%, tuvo momentos muy exitosos, como el G20, que reunió a todos los mandatarios en Argentina. Dominaba el escenario completamente. Y pocos meses después empezó a caer de manera estrepitosa.

Cristina sacó el 54% en 2011, parecía indestructible. Y en 2013 ya estaba en caída. En Argentina, cuanto más hegemónico parece un líder, más fuerte es la caída después.

“En Argentina, cuanto más hegemónico parece un líder, más fuerte es la caída después”, concluye el politólogo Daniel Lutzky.

Fuente: El Economista